Cevallos y el español de su tiempo 2[1]
Idioma y estilo 1748
Terminemos el repaso de las palabras que Ceballos dio como no castizas en su “Breve catálogo de errores”, y que no han llegado hasta nuestro español:
Pambazo “Pan bazo, dice Cevallos, así como no es Panbueno ni Panmalo”.
Papelada por ficción, simulación, maquinación, intriga, superchería
Paporreta por friolera
Pea por borrachera. Dice Cevallos. “Seguramente por haberse generalizado tanto el vicio de la embriaguez, se han multiplicado las voces para expresarla disfrazada de mil modos”.
Pucucho por hinchado, soplado, hueco, vacío, según de quién o de qué se trate
Repucheta por ganga
Tambarria por jaleo, baile de botón gordo
(Sin embargo, la voz figura en el Diccionario de la Academia, como ecuatorianismo)
Véjeto (agua de) Agua blanca
Zanguango por el hombre flojo que busca pretextos para no trabajar, y de allí, un hombre vulgar, de poco valer, despreciable.
Y apenas hay más. Poquísimas palabras para un libro que en su edición sexta -la más difundida- llegó a las 91 páginas en cuarto. ¿Y el resto de palabras?
El resto de palabras pueden agruparse en dos grandes vertientes.
Las mal pronunciadas
La gran mayoría de voces incorrectas que Cevallos recogió en el habla de su tiempo son palabras mal pronunciadas: decir acsoluto por absoluto, ádbitro por árbitro, aditamiento por aditamento, admósfera por atmósfera, aereolito por aerolito, aereonauta por aeronauta, y así por todas las letras.
Estas equivocaciones de pronunciación eran, sin duda, más frecuentes en ese tiempo -segunda mitad del siglo XIX-, que en la primera mitad del XX, porque había menos acceso al impreso, donde las letras se fijan. Por solo audición resulta muy difícil precisar si alguien dijo “admósfera” o “atmósfera”, como no haya sido el caso de una pronunciación cultista. Con el auge de los medios de comunicación audiovisuales, es posible que otra vez se produzca el fenómeno. De hecho, una gran cantidad de pronunciaciones incultas o descuidadas se difunden semana a semana hacia cientos de miles de oyentes desde las cabinas de transmisión deportiva. Allí se habla de goliador y se dice que alguien le faulió. Pero, bueno, nuestro asunto actual es el español del tiempo de Pedro Fermín Cevallos.
De entre esas pronunciaciones que no eran las de la norma culta del tiempo, es curioso señalar que algunas han persistido y que uso cada vez más extendido, aun en gente cuidadosa de hablar bien. Así se usa indistintamente almácigo y almáciga (Cevallos daba como equivocada la forma masculina; actualmente el Diccionario de la Academia la da como legítima); se dice alverja (y la voz está en el Diccionario académico); se usa amodorrado (y el amodorrido que proponía Cevallos ha sido sacado del Diccionario, y sonaría a insoportable cultismo). Y así, una lista no pequeña.
Las que se impusieron
Otro gran bloque es el de las palabras que Cevallos denunció como incorrectas e inaceptables, y a la vuelta de cien años gozan de perfecta salud.
De ellas, unas tienen esa salud en el habla familiar y coloquial:
Acholarse (por ruborizarse, claro. En el caso de estas palabras, huelga decir su significado: todos las entendemos).
Alhajito (por agraciado)
Amarcar (quichuismo: cargar por delante)
Apotrerar (en lugar del culto adehesar)
Badulaque (voz muy usual entre nosotros: el badulaque es el incumplido, tramposo, etc., etc. Este sentido de la palabra ha sido ya recogido como tercera acepción en el Diccionario. Con el señalamiento de “figurado y familiar”)
Balaustre (la herramienta del albañil. En el español culto del tiempo -y de ahora- balaustre era cada una de las columnitas de balcones, corredores, azoteas, etc.)
Otras palabras tienen salud y vitalidad hasta en el habla culta. Como, por dar un par de ejemplos:
Balbucear (Para Cevallos solo era aceptable balbucir. El diccionario académico tiene hoy las dos formas)
Tumbado (por cielo raso)
La complejidad del asunto la señaló el propio Cevallos, cuando al dar por incorrecta la voz adustez, se vio obligado por fuerte escrúpulo a poner esta nota: “Hay, en verdad, muchas de estas voces usadas por escritores castizos y no por el Diccionario autorizado, bien por olvido, o porque es imposible pueda comprender cuantas tiene la lengua”. Lección de hace más de cien años que algunas gentes no acaban de asimilar…
[1] Artículo publicado en Expreso, 12/06/1980, P. 6