1978: “La historia del fantasmita de las gafas verdes” comentario
Diario Últimas Noticias
23 de octubre de 1978
Pág. 2
Un libro infantil ecuatoriano
“La historia del fantasmita de las gafas verdes”
Por Lily P de Arenas
“Allí estaba su piedra grandes, cerca del puente de Angamarca”…
Hernán Rodríguez Castelo
Y claro que aquí está la piedra grande, y ahí está el puente de Angamarca, los vi, los conocí.
No sé si Rodríguez Castelo, que escribió el cuento, o Jaime Villa, cuál de los dos retrata más exactamente. Lo cierto es, que corriendo con el fantasmita de las gafas verdes, el lector se va de la mano de la imaginación, por los senderos de la realidad nativa de los pueblos del Tingo, La Merced, Alangasí, Angamarca, y llega hasta la cruz del Ilaló.
Difícilmente se puede escribir algo así: algo cuento, algo fantasía, algo historia y sobre todo realidad.
Realidad porque existen: sus gentes, sus casas, sus costumbres. Un impulso personal me lleva a escribir este comentario: el libro que me dedicará Jaime Villa, hizo desbordar los recuerdos de los días vividos, la última Semana Santa, en este lado del valle los Chillos.
Nuestro vehemente deseo de vivir días de los hombres diferentes, nos llevo allá adentro, a acampar junto al río de Angamarca, con su puente de piedra, sus niñas indias pastando borregos y mujeres lavando ropa con «penco machacado «. Asentados estuvimos en «Llinquinga», donde canta alerta el gallo de la » Super «, entre rosaledas y céspedes.
Aún tenemos en nosotros el rumor del río, igual que las lejanas risas de los niños, que traía el viento desde abajo, afuera de la casa, » del hombre desde testamento» o del portal lleno de canastas para la » feria de Sangolquí», cuando al caer la tarde jugaban, como lo dice Rodríguez Castelo; «detim marín* dedo pingué* cucará macará* títere fue* yo no fui* fue Teté»… ¿Qué realidad? ¿Cómo pudo decirlo en su cuento?
Es verdad, que cada mañana bajaban por la cordillera, grupos de indígenas, entre chaquiñanes, sonando pingullos y tambores, porque las campanas «en días santos estaban muertas».
Y estuvimos con » la muerte » del Viernes Santo, en Alangasí, detalle a detalle, como » el fantasmita». ¡Noche inolvidable! Casi no podíamos creer que existiera una noche así es nuestro folklore.
Los ojos se agrandaban ante el espectáculo. Y corríamos frenéticos de un lado a otro, queriendo vivir esa » noche de la muerte «, entre cilios extendidos de un metro de largo y luces eléctricas, que conectaban en cada cuadra, por donde iba la procesión.
Qué importaba la creencia, si a nosotros, igual que los nativos, nos movía el atávico instinto de la novelería y la alegría de participar. Esto Ella España lo intuyó, hace cinco siglos; para atraer «creyentes» hizo de los actos religiosos una mezcla medio pagana y medio cristiana, que es lo que le da sabor especial a estas fiestas de hispanoamérica. Admiramos la proeza de equilibrio de los encapuchados llevando en su cabeza los cucuruchos de más de seis metros de altura y la larga capa que llevaba un hombre, de casi media cuadra de longitud, con dibujos, que hoy los llamaríamos interplanetarios, pero que datan de siglos atrás.
Y todo esto lo describe Rodríguez Castelo con maestría y sencillez, en su » La Historia El Fantasmita Las Gafas Verdes», con una profundidad que a veces se hace filosofía, como lo quiso decir Saint Exupery en “El Principito » o Richard Bach, en » Ilusiones» pero superando los ternura y realidad.
Es un cuento completo, lo entienden los chicos y lo sienten los grandes. Qué más se puede pedir ser un libro que se escribe?, Si llega al hombre, corriendo como niño o corriendo como adulto: por ríos, puentes, caminos viejos o nuevos asfaltados, y todo en un presente que existe. Para que a aprendamos, como niños, lo que el autor quiere que aprendamos, y sintamos «los grandes » en el diálogo entre el “fantasmita » y “el hombre del testamento».