Acerca de la generación romántica
En una nota acerca de uno de
los últimos volúmenes de la colección de literatura ecuatoriana que
circula con "El Comercio" -Literatura del siglo XIX (III)-,
publicada en la revista "Familia" (21 de febrero), leo esto:
"En contraste, Manuel J. Calle, Luis A.Martínez, Roberto Andrade, Miguel
Riofrío, pertenecientes a la segunda generación romántica..."
Y
hallo en el parde líneas cosas, por decir lo menos, rarísimas. Porque
Calle y Martínez pertenecen ya a una generación que inició el
realismo
Y
en cuanto a Miguel Riofrío, voy a entregar al lector de esta página mía
interesado por nuestra historia literaria, unas páginas iniciales del
libro sobre él que me hallo trabajando. En ellas se clarifica su
pertenencia a una generación -que dista mucho de ser "segunda
generación romántica"-.
Miguel Riofrío
BREVE
PREÁMBULO GENERACIONAL
Contrasta llamativamente cualquier provisional listado de figuras de
significación literaria nacidos entre 1815 y 1830 con el de los nacidos
entre 1830 y 1845.
Nacidos en ese primer período apenas hallamos a Rafael Carvajal (1819),
Miguel Riofrío (1819), Gabriel García Moreno (1821), Pablo Herrera
(1820), Francisco Javier Salazar (1824), José Rafael Arízaga (1825),
Antonio Borrero (1827) y Joaquín Fernández de Córdova (1829).
Dolores Veintimilla (1829) y Antonio Marchán (1830) son figuras de
transición en el quehacer literario, entre una y otra generación.
Y
en el segundo grupo, ¡qué brillante pelotón solo entre 1832 y 1833!:
Juan Montalvo (1832), Juan León Mera (1832), Numa Pompilio Llona (1832),
Julio Zaldumbide (1833), Luis Cordero (1833), Antonio Flores (1833),
José Modesto Espinosa (1833) y Miguel Ángel Corral (1833). Y después,
Vicente Piedrahita (1834), Julio Castro (1836), Manuel José Proaño
(1836), José Matías Avilés (1836), Francisco Campos (1841), Roberto
Espinosa (1842), Juan Benigno Vela (1843) y Federico González Suárez
(1844).
Y,
por supuesto, por encima de esto que parece pura aritmética, se impone
el peso literario: Montalvo, Mera, Llona, Julio Zaldumbide y José
Modesto Espinosa lo tienen incomparablemente mayor que los del grupo
anterior. Esta Historia de la Literatura les dedicará decenas de
páginas, frente a lo avara que deberá ser con aquellas otras figuras.
Con ser casi obvio, vale la pena recomendar que no se pierda de vista
que atiende a lo estrictamente literario; las vidas -alguna de ellas
tan descomunal como la de García Moreno- solo interesarán como paisaje
sobre el cual se dibujan esas creaciones con la palabra.
De
vuelta a las dos listas aquellas contrapuestas, la diferencia sugiere
insistentemente la necesidad de una explicación generacional. Y se la
hemos dado, al menos yo, en mi panorámica Literatura Ecuatoriana
1830-1980. Tan escuálida y marginalproducción literaria de los
nacidos entre 1815-1830, frente a la a veces desbordante riqueza de
creaciones y tareas literarias de los del otro grupo, algunos de ellos
empeñados en empresas de escritura más que en otras cualesquiera, impone
concluir que la circunstancia histórica ha cambiado, con esos cambios
que son impulsados y orientados por una generación y a los que la
siguiente responde. En esto ahondaremos cuando abordemos el hecho
literario en la generación de los nacidos entre 1830 y 1845, que es -lo
veremos-nuestra generación romántica.
Ahora volvemos al tiempo generacional anterior. A una de las dos figuras
que nos exigirán atención especial.
En
medio del paisaje más bien gris del hecho literario de los nacidos entre
1815 y 1830, se yerguen dos personalidades de relieve: García Moreno -la
mayor- y Miguel Riofrío.
Pero los dos, llegados a su madurez, someten su quehacer de escritores a
los requerimientos y pasiones de un tiempo convulso y casi caótico, el
uno para apoyar su tarea constructora en discursos, proclamas, mensajes
y correspondencia; el otro para criticar los que siente como abusos y
fanatismo del constructor en la prensa de oposición. Pero ello ocurre
cuando el país ha superado el estado de descomposición y el peligro
inminente de fragmentamiento y mutilación a manos de sus vecinos de
norte y sur.
1845-1860 ha sido el tiempo en que se ha logrado tal superación. Tanto
en mi García Moreno como en la introducción histórica de la
anterior parte de esta historia literaria se puede seguir esa peripecia
y drama nacional que solo halló su final en 1859-1860, cuando la
victoria de Guayaquil lograda por la apasionada e incansable acción de
García Moreno.
En
ese 1860, en que García Moreno empieza la ardua, la enorme tarea de
reconstrucción y ordenamiento del país, en lo literario se siente ese
bullir de entusiasmos y obras que son el primer síntoma de la entrada en
escena de una nueva generación.
Se
iniciaba el tiempo literario de nuestro primer romanticismo. Con sus
avances y retrocesos (al clasicismo), con sus desvíos, con sus logros y
frustraciones, con sus perplejidades y rebeldías, es el tiempo que nos
aguarda como siguiente paso en esta historia literaria .
Tanto García Moreno
como Riofrío, y, por supuesto, las otras gentes de la generación
-Carvajal, Herrera, Salazar, Arízaga, Borrero y Fernández de Córdova-
no tienen presencia en ese romanticismo. Apenas hay en los dos tempranos
brotes juveniles de cariz romántico que las urgencias de la política y
el talante propio de la entrega a la lucha y al quehacer político
agostaban. Significativa es la carta que dirige García Moreno a Juan
León Mera el 26 de diciembre de 1868, en que tras agradecerle el envío
de su Ojeada sobre la poesía ecuatoriana (así el título en la
carta), de la que, por anticipado, elogiaba "no dudo corresponderá al
talento reconocido y al merecido crédito de Ud.", comentaba los
criterios sobre ejecuciones que Mera le había expresado en la carta a
la que respondía, así: "En ese campo ameno de la literatura tendrá
siempre el genio de Ud. nuevos laureles que cosechar; mientras que, a
pesar de sus nobles sentimientos y generosas aspiraciones, no podrá ser
igualmente afortunado en política; pues por su carta veo que duran
adheridos a su inteligencia errores añejos, como el musgo en las rocas
de nuestras cordilleras. La rectitud de la conciencia es incompleta
cuando falta rectitud en las ideas; y ésta no existe cuando las
ilusiones y los sofismas ocupan el lugar de la justicia y de la
experiencia. No espero que Ud. modifique sus erróneos juicios por lo que
le digo: los poeta son incurables".
Nada había ya de romanticismo en el escritor que, desde su ladera
existencial de político, veía a los poetas como incurables
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